De la edición Marzo/Abril 2024 de la revista Discernir

“¿Qué debo hacer para ser salvo?”

El carcelero de Filipos tuvo una experiencia única. Pero su pregunta es universal: ¿qué debemos hacer para ser salvos? ¿Qué dice la Biblia acerca de la salvación?

Desde la perspectiva del carcelero filipense, el panorama no era muy alentador. Los magistrados de la ciudad le habían ordenado mantener a Pablo y a Silas confinados. ¡Pero de repente hubo un terremoto y todas las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas se soltaron!

El carcelero asumió que todos los prisioneros habían escapado. Él sabía que bajo la ley romana la responsabilidad recaería sobre él, por esto decidió quitarse la vida.

“Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí” (Hechos 16:28).

Cuando una persona es salvada de la muerte, esto puede llevarla a pensar seriamente. Tal vez su vida, con todos sus pecados, pasó frente a sus ojos. Tal vez estaba reflexionando en las oraciones e himnos de Pablo y Silas, que había escuchado por casualidad.

Toda esta situación le llevó a plantearse una gran pregunta —una pregunta que concierne a todos los seres humanos. “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (v. 30).

¿Salvo de qué?

Pablo, en su carta a los romanos, hizo una afirmación contundente: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Para la Iglesia primitiva, la “muerte” no significaba un tormento interminable en un fuego abrasador, sino el cese total de la vida. La muerte a la que hace referencia este versículo va más allá de la experiencia temporal de “sueño” que experimentan las personas que llegan al final de sus vidas físicas; ésta es permanente e irreversible.

Un poco antes, Pablo dijo: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23, énfasis añadido). El panorama que Pablo presenta de la humanidad es bastante desalentador. Todo el mundo se ha acarreado la pena de muerte por sus pecados.

Un número considerable de metáforas se podrían emplear para describir el estado de la humanidad —en deuda espiritual, en el corredor de la muerte espiritual o incluso plagada de un virus espiritual mortal.

Ésta es la situación de la cual necesitamos ser salvos. Sin una intervención, la muerte eterna es inevitable.

Afortunadamente, hay esperanza.

Cómo fue posible la salvación

El pasado no se puede cambiar. El registro de los pecados de cada persona no se puede borrar. Miles o incluso millones de buenas obras pueden adjuntarse a la hoja de vida espiritual a lo largo del tiempo, pero la pena permanece. La pena del pecado (muerte) debe cumplirse a cabalidad.

Jesucristo era el hijo de Dios. Si Él no hubiera sido el cordero sacrificado de Dios, todos los seres humanos tendrían que haber pagado la pena por sus pecados con sus propias vidas.

Nuestro amoroso Salvador estuvo dispuesto a intervenir a favor de la humanidad. Su preciada vida pudo pagar la pena de los pecados de cada ser humano de una vez y para siempre (Hebreos 9:26).

Ofrecer la salvación a toda la humanidad no fue una tarea sencilla. Primero fue necesario que Jesús renunciara a su gloria. Luego tuvo que convertirse en un simple mortal, resistir todas las pruebas de Satanás el diablo, vivir una vida sin pecado, practicar siempre el amor y entregar voluntariamente su vida como sacrificio por el pecado.

Hebreos 2:9 resume como Él hizo posible la redención: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”.

Jesús —la persona más inocente que jamás haya existido— murió para que otros tuvieran la oportunidad de vivir.

Fue esta profunda verdad la que llevó al apóstol Pedro a afirmar con denuedo acerca de Jesús: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

Creer, lo que incluye reconocer que la redención proviene de la obra completa de Jesucristo y no de nuestro esfuerzo humano, es el primer paso en el proceso de salvación. Es por esta razón que Hechos registra la respuesta inicial a la pregunta del carcelero filipense:

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).

Partiendo de esta base, Pablo y Silas enseñaron mucho más acerca de “la palabra del Señor” (v. 32) y el proceso de salvación.

La condición para el arrepentimiento

Si la salvación dependiera exclusivamente de que la persona entendiera los hechos que acabamos de exponer, entonces no habría mucho más que decir realmente. No obstante, la realidad es otra, la Biblia muestra que el sacrificio expiatorio de Cristo no se puede aplicar a no ser que nos arrepintamos.

Una de las parábolas de Jesús ilustra de manera contundente el tipo de arrepentimiento que se necesita.

Jesús dijo: “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde” (Lucas 15:11-12). Su padre accedió, y el joven se marchó y dilapidó toda su herencia. Entonces sobrevino una hambruna y acabó trabajando dando de comer a los cerdos. Estaba tan hambriento que deseaba poder comer lo que les daba, pero “nadie le daba” (v. 16).

Entonces llegó un momento crucial para el joven: “Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (vv. 17-19).

Cuando regresó a su hogar pidiendo perdón, su compasivo padre lo recibió efusivamente y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (vv. 20-21).

El padre le dijo a sus siervos: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (vv. 22-24).

Jesús quería que sus seguidores entendieran lo que se requiere para acceder al perdón y estar seguros de que Dios honra un corazón arrepentido. Analicemos lo que dijo el hijo —tanto en lo que se imaginó que iba a decir como las palabras que empleó para hablarle a su padre.

Reconoció sus pecados y se hizo responsable de sus actos. En ningún momento trató de justificarse o suavizar sus acciones, simplemente hizo una confesión honesta.

Lo único que el joven sintió que podía hacer era reconocer que se había equivocado y postrarse ante su padre, esperando algo de misericordia que no merecía.

Éste es el tipo de arrepentimiento que Dios quiere que experimentemos. Éste es el tipo de arrepentimiento necesario para la salvación (Salmos 51:17).

El arrepentimiento que menciona la Biblia implica volverse a Dios y obedecerle (Deuteronomio 4:30; lo invitamos a leer nuestro artículo en línea: “¿Qué es el arrepentimiento?”).

La condición para el bautismo

Cuando Pedro dio su primer sermón acerca del sacrificio de Jesucristo, exhortó a su audiencia a que actuara de inmediato, describiendo lo que conlleva el arrepentimiento: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

El bautismo y la imposición de manos son aspectos clave para que una persona sea salva de sus pecados.

Sería un error considerar el bautismo como un rito trivial y suponer que Dios no le da la trascendencia que realmente le da.

El bautismo es una ceremonia solemne que representa el compromiso formal de un pecador que está arrepentido y está decidido a abandonar sus viejos hábitos y a seguir el camino de Dios.

Aunque muchos judíos probablemente comprendían la limpieza simbólica asociada a las aguas del bautismo, más adelante, el apóstol Pablo dio más detalles acerca de su significado.

“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?”, escribió. Pablo compara el bautismo con ser crucificado y hacer morir el viejo yo con Cristo.

“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo” (Romanos 6:3-4, énfasis añadido).

El bautismo representa la sepultura del viejo hombre.  La naturaleza de pecado que caracteriza la vida de una persona antes del arrepentimiento es sepultada en una tumba de agua por medio del bautismo.

Pablo continúa, “a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (v. 4, énfasis añadido). Después del bautismo, la persona debe comenzar a vivir una nueva vida —seguir un nuevo camino, una nueva dirección, una nueva forma de pensar. Así como la persona reconoce la muerte simbólica del viejo yo al ser sumergido en el agua, asimismo la persona confirma su compromiso de vivir de una forma diferente cuando sale del agua.

Después del arrepentimiento y del bautismo, Dios le concede el Espíritu Santo por medio de una oración y la imposición de manos (Hechos 19:6; lo invitamos a ver nuestro artículo en línea, “La imposición de manos”).

El bautismo y la imposición de manos son aspectos clave para que una persona sea salva de sus pecados.

Aceptar la oferta de salvación de Dios

¿Qué mejores noticias podría haber que el mensaje de que podemos ser rescatados de nuestros pecados y de la sentencia de la muerte eterna? Esto ha sido parte del mensaje del evangelio proclamado por la Iglesia desde su fundación. La salvación está disponible; la muerte no tiene por qué tener la última palabra.

La única forma en que una persona puede superar la realidad espiritual tan peligrosa que lo rodea, es ajustándose a las condiciones de Dios. Él requiere una convicción inquebrantable en el sacrificio de Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo, la imposición de manos y toda una vida de trabajo fiel para desarrollar el carácter de Dios.

Si se persiguen estos objetivos, se puede llegar a recibir “la dádiva de Dios”, que es “vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).

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