¿Puede usted identificar sus puntos ciegos espirituales?

Todos tenemos puntos ciegos en nuestro carácter con los que tenemos que lidiar y vencer. Pero, ¿cómo podemos abordar y cambiar aquello que no podemos ver?

¿Está usted consciente de que tiene un punto ciego en sus ojos?

Debido a una falta de receptores de luz, existe un punto en sus ojos en el que usted no puede ver. Todos tenemos este punto ciego, pero debido a que nuestro cerebro suple esos espacios, normalmente no estamos conscientes de ello.

De manera similar, aquellas personas que conducen saben que existen puntos ciegos para los conductores. Hay un área específica —un punto ciego— en el que los espejos laterales no nos pueden mostrar el automóvil que está justo a nuestro lado. Para poder ver si hay un automóvil ahí, es necesario que miremos por encima del hombro.

Pero los puntos ciegos físicos no son los más peligrosos. Debemos estar mucho más preocupados por los puntos ciegos espirituales.

Estos puntos ciegos son fallas y pecados que no podemos ver tan fácilmente, y peor aún, si no estamos atentos a ellos, se pueden convertir en problemas espirituales muy serios.

Tenemos puntos ciegos cuando analizamos nuestros propios pecados

En Mateo 7, Jesús describe una paradoja en nuestras vidas: podemos ver una paja en el ojo de otra persona, pero no nos damos cuenta de la gran viga que tenemos en el nuestro. La enseñanza de Jesús nos advierte eficazmente para que no estemos prestos a juzgar a los demás apresuradamente, ya que es muy posible que no nos estemos percatando de fallas mucho más graves en nuestras vidas.

En lugar de esto, antes de poder ayudar realmente a los demás, debemos trabajar arduamente para corregir nuestros errores (vv. 1-5).

Nuestros ojos son como un espejo. La luz entra en el ojo a través de la cornea y es enfocada por los lentes, generando asi una imagen nítida y clara en la retina, en la parte posterior del ojo. Nuestros ojos sirven como un gran espejo para observar el mundo exterior, pero sólo pueden ver externamente. No están diseñados para vernos a nosotros mismos.

“Nos juzgamos por nuestras intenciones y a los demás por su comportamiento”, afirmó Stephen Covey, autor de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Esta cita pone de manifiesto nuestros prejuicios, ya que a menudo nos perdonamos a nosotros mismos cuando nos equivocamos, pero no mostramos esa misma misericordia hacia los demás cuando cometen errores.

Espiritualmente ciego. Los seres humanos a menudo ven claramente los pecados y defectos de los demás, pero están ciegos ante los pecados propios.

Pensemos de nuevo en la conducción. No nos cuesta criticar las malas prácticas al volante de los demás, como cuando nos interrumpen el paso o conducen demasiado rápido. Pero cuando nosotros hacemos lo mismo, creemos que no pasa nada porque tenemos un motivo legítimo, como salir tarde para una cita.

Es fácil ofenderse cuando otra persona tiene un comportamiento que nos parece inaceptable. Pero cuando nosotros hacemos lo mismo, no solemos molestarnos tanto.

Pablo nos advirtió que no juzgáramos a los demás por las cosas que también hacemos nosotros (Romanos 2:1, 21-23).

Así que, la próxima vez que nos moleste el comportamiento irrespetuoso de otra persona, debemos tomarlo como una oportunidad para pensar en nosotros. Volteemos nuestros “espejos laterales” y preguntémonos, “¿actúo de esta manera en ocasiones?”.

Consideremos el ejemplo del rey David. David se acostó con Betsabé, la mujer de Urías. Cuando David descubrió que estaba embarazada, orquestó el asesinato de Urías enviándolo al frente de batalla (2 Samuel 11:3-17).

Tras la muerte de Urías, David creyó haber ocultado su pecado. Pero Dios no lo ignoró. Envió al profeta Natán para que le contara una parábola acerca de un hombre rico que tenía muchas posesiones, pero decidió robar el único cordero de un hombre pobre. David se enfadó tanto que proclamó que el rico debía ser ejecutado.

Podía ver el pecado en otra persona, pero no podía ver “la viga” —el pecado mucho más grande — en sí mismo. Pero, para su sorpresa, Natán le dijo: “¡Tú eres aquel hombre!”. (2 Samuel 11:3-17).

David había estado ciego ante su propio pecado, pero la historia de Natán fue como un espejo que le ayudó a verlo.

En el Nuevo Testamento, Jesús les habló por medio de una parábola a los fariseos porque ellos se enfocaban en los pecados de los demás, ignorando los de ellos. En esta parábola, un fariseo agradecía porque no “era como los otros hombres” y luego procedía a hacer un listado de todas sus buenas obras: “ayuno” y “diezmo” (Lucas 18:9-12).

En cambio, un publicano vio sus propios pecados y los admitió abiertamente (vv. 13-14). Jesús dijo que Dios estaba más complacido con el humilde y arrepentido publicano que con el fariseo autojusto.

Jesús se refirió a los fariseos como “guías ciegos” porque no podían ver sus propios pecados (Mateo 23:16, 24). Podían ver las faltas de las otras personas, pero no sus propias, las cuales eran mucho más relevantes.

Si usted desea aprender más acerca del tema, lo invitamos a leer “Las prioridades de Dios: lo más importante de la ley”.

Los cristianos deben examinarse a sí mismos para descubrir sus pecados

Entonces, ¿cómo podemos buscar nuestros pecados si estamos ciegos ante nuestras fallas? David se dio cuenta que tenía puntos ciegos y preguntó: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Salmos 19:12).

Él se refirió a las transgresiones que pasan desapercibidas como “errores ocultos”. No son un secreto para Dios porque Él conoce todo acerca de nosotros, pero si pueden ser un secreto para nosotros. nosotros los cometemos, pero no siempre estamos al tanto de ellos. Aun así, no estar consciente de nuestras faltas no es una excusa para cometerlas. Pablo menciona que nuestra mente carnal es hostil por naturaleza contra Dios y sus leyes (Romanos 8:7. Pero nosotros, como seres humanos, tendemos a justificar nuestros pecados con excusas como éstas:

  •  “Así soy yo”
  • “Simplemente soy un ser humano”
  • “Oh, no es para tanto”
  • “Todo el mundo lo hace”
  • “No importa mientras que nadie salga lastimado”
  • “Es sólo una pequeña mentira piadosa”
  • “Dios entenderá”
  • “Al menos no soy tan malo como ________ [puede poner el nombre que desee]”

Una de las razones por las que tratamos de justificar nuestras fallas es para poder darnos una excusa a nosotros mismos para no cambiar. Cambiar es una labor ardua, pero el cambio es una parte fundamental del verdadero cristianismo.

Dios el Padre envió a su Hijo para que muriera por nuestros pecados. Él no murió para que nosotros continuáramos haciendo lo mismo, Él murió para que nos pudiéramos arrepentir y alejarnos de nuestros pecados (2 Pedro 3:9). El cristianismo se trata de cambiar. (Si usted desea aprender más acerca de este tema, lo invitamos a leer “El problema con el cristianismo de “tal como soy”.)

Dios dice que Él “escudriña la mente” (Jeremías 17:10). La palabra hebrea para escudriñar significa penetrar, examinar íntimamente, buscar en lo profundo. El rey David le imploró a Dios para que examinara su corazón y viera si había “camino de perversidad” dentro de él, porque Dios conoce el corazón (Salmos 139:23-24; compararlo con Salmos 26:2). Los cristianos deben pedirle a Dios con frecuencia que permita que sus fallas y pecados sean cada vez más evidentes para ellos.

Especialmente antes de la Pascua anual, los cristianos deben sentir la necesidad de auto examinarse (1 Corintios 11:28). Si usted desea aprender más acerca de este tema, lo invitamos a leer, “Examinaos a vosotros mismos”: ¿qué significa ser reprobado?

La guerra contra el pecado

Una vez usted ha identificado y ha visto sus pecados con claridad, ¿cuál es el paso a seguir?

La respuesta es simple: ¡Declárele la guerra al pecado!

En sus primeros capítulos, la Biblia resalta esta guerra contra el pecado. Después de que Dios rechazara la ofrenda de Caín, le advirtió que “el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:7).

La ley de Dios es un espejo espiritual. La Biblia describe la ley de Dios como un espejo, un espejo que nos ayuda a vernos tal como somos en realidad. 

La palabra “enseñorear” es la misma palabra hebrea que se usa en el Salmo 19:13 de David: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí” (énfasis añadido).

Dios quiere que nosotros tengamos control sobre nuestros pecados en lugar que ellos nos dominen (Romanos 6:14-16). O bien nos enseñoreamos del pecado o el pecado se enseñorea de nosotros. O somos el amo o el esclavo del pecado (v. 16). Si usted desea profundizar más acerca de cómo dar muerte al “viejo hombre” (nuestros viejos caminos de pecado), lo invitamos a leer “Despojaos del viejo hombre: ¿qué significa esto?”.

Busquemos a Dios y mirémonos al espejo

En su epístola, Santiago comparó la ley de Dios con un espejo (Santiago 1:23-25). Utilizamos el espejo de la ley de Dios para vernos realmente a nosotros mismos. Ya que la ley de Dios representa su carácter, nos miramos en ella y nos examinamos a nosotros mismos para determinar si podemos ver el carácter de Dios reflejado en nosotros. Nos volvemos ignorantes de nuestros pecados si no nos examinamos a la luz de la ley de Dios.

Gran parte de la corriente principal del mundo cristiano cree que la ley está abolida o que relativamente tiene poca importancia.

Pero esa teología enceguece aun más a las personas frente a sus pecados. Eliminar el espejo espiritual de la ley de Dios nos hace más ignorantes ante nuestros pecados. Si no vemos nuestros pecados, ¡no podemos arrepentirnos verdaderamente y trabajar para vencerlos! Y, por lo tanto, nuestro pecado permanece ahí.

Usamos la ley de Dios para ver nuestras transgresiones, así como usaríamos un espejo físico para ver las impurezas en nuestra cara (Romanos 7:7). Cuando ya vemos la suciedad, podemos proceder a quitarla.

Santiago nos dice que “miremos” la perfecta ley de la libertad y continuemos en ella. La palabra traducida como “mirar” se define en el Léxico Griego de Thayer como “mirar atentamente”. No es sólo una simple mirada, sino una mirada profunda al espejo, un examen minucioso.

Pero aun asi, el espejo tiene sus limitaciones. Así como un espejo es inútil para limpiar la suciedad de nuestros rostros, la ley no puede eliminar nuestros pecados. Un espejo —o la ley— no está diseñado para eso.

La ley simplemente muestra nuestros pecados. Lo único que puede eliminar el pecado es el sacrificio de Jesucristo, y sólo si realmente nos arrepentimos y buscamos el perdón de Dios. Pero no podemos llegar a ese punto a menos que verdaderamente veamos nuestros pecados primero.

Por lo tanto, todos debemos mirarnos profundamente en el espejo de las leyes de Dios y encontrar nuestros puntos ciegos espirituales. La Biblia nos dice: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:31). Si usted desea saber más acerca del propósito de la ley de Dios, lo invitamos a leer “La ley: un reflejo del carácter de Dios”.

Acerca del autor

Isaac Khalil

Isaac Khalil

Isaac Khalil está casado con su encantadora esposa, Natasha, y es padre de un recién nacido, Eli. Le encanta pasar tiempo con su familia y amigos haciendo varias cosas como ver películas, jugar ajedrez, jugar juegos de mesa y salir. Le gusta estudiar temas bíblicos y discutir la Biblia con sus amigos. También es un adicto a las noticias y está constantemente leyendo y compartiendo noticias relacionadas con la profecía bíblica.

Isaac se graduó con honores en ingeniería informática en la Universidad Tecnológica de Sydney. Cuando no está pasando tiempo con su familia, es un ingeniero de software para Boss Portal, una empresa de la cual es co-fundador y que se especializa en software para el manejo de cables submarinos (cables submarinos de telecomunicaciones que conectan naciones).

Es hijo de padres egipcios y sudaneses y creció como cristiano copto en Sydney, Australia. Dios abrió los ojos de Isaac al sábado según la Biblia y a los días santos cuando Isaac tenía 31 años, y posteriormente se convirtió en miembro de la Iglesia de Dios. Isaac es un apasionado de la verdad de Dios y asiste a la congregación de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial, en Auckland, Nueva Zelanda.

Ask a Question